Dentro del término municipal de Noalejo, pero muy cerca de Arbuniel, se encuentra el Cortijo de la Torre, al pie del cerro Atalaya, llamado así por la pequeña construcción árabe que en otro tiempo hubo en su cima y de la que hoy apenas se distinguen los muros arruinados de sus cimientos.
En la época de mayor esplendor musulmán este cortijo estaba en poder de un moro llamado Gallarin, que se había apropiado a costa de la Conquista de un extenso territorio en toda la comarca. Junto al lugar de su residencia y en lo alto de un cerro había mandado construir un torreón desde donde divisaba un amplio territorio sembrado de fortalezas y torres vigías cuyas ahumadas le advertían de los peligros de incursiones enemigas.
Contaba este gerifalte moro con la amistad y la confianza de un personaje muy principal, el rey Almanzor, aquel caudillo vencedor en más de ochenta batallas, y con frecuencia recibía sus visitas en su escondido rincón de Sierra Mágica. En una de ellas, Almanzor, como un gesto premonitorio de su trágico final en Calatañazor, le propuso esconder en algún lugar secreto de su propiedad todos los tesoros que había acumulado a lo largo de sus correrías por el suelo peninsular.
Así fue que con la asistencia de los más allegados súbditos de Gallarín excavaron un profundo subterráneo con cámaras adecuadas donde Almanzor fue colocando todas sus riquezas. Entre ellas destacaban los nueve caballos cargados de oro y el famoso collar de la Reina de Nápoles, también introdujo abundante armamento, espadas, monturas, etc., como para dotar a un grandioso ejército y, además, un retrato de todos los moros que durante siglos habían cruzado el estrecho para pisar tierra española. Pero una vez acabado el trabajo y después de camuflada totalmente la entrada de la caverna, Almanzor receló de su amigo y maquinó una traición que acabó con la muerte de Gallarín y de todos sus colaboradores. Derribó su palacio y la torre vigía que había construido en el monte, hasta tal punto que no quedó rastro de que aquella tierra hubiera estado poblada en ningún momento.
No pasó mucho tiempo cuando el ministro árabe tuvo que abandonar tierras segovianas derrotado y perseguido hasta que se encontró con la muerte en las puertas de Medinaceli, quedando su tesoro en el anonimato para siempre.
Según las cronicas, vivía cerca de Cambil una mujer muy rica que tenía mucha amistad con el obispo de Jaén. Solía visitar a menudo al prelado y le llevaba buenos regalos. En una ocasión, el obispo, en pago de su amistad le dio una copia del testamento del Rey Almanzor, que estaba en el Archivo de la catedral jiennense. Lo curioso de este documento era la descripción tan precisa que daba de un lugar muy concreto situado a una treintena de kilómetros de la capital, de lo que podía tratarse muy bien de un tesoro.
Esta señora guardó el documento en su cortijo con la idea de algún día prestarle un poco de atención, cosa que no ocurrió nunca, pues al poco tiempo una grave enfermedad acabó con su vida. El cortijo pasó entonces a manos de unos nuevos dueños, los que descubrieron el documento. Lo leyeron en voz alta, sin comprender al principio su significado, y cuando sospecharon lo que podía ser, guardaron celosamente el papel donde nadie pudiera encontrarlo. Pero no contaron con la avisada memoria de su moza, que aprendió el texto de corrido y que sería de la siguiente forma:
A cinco leguas de Jaén, sitio de la Torre, señas más principales: la loma de las Cabras y el castillo derribado en la atalaya que divisa siete torreones. El terreno que allí existe tiene dedos y yemas y rayas en las piedras. Un árbol negro con un tronco muy grueso y unos endrinos. Tres mogotes de piedra hechos de la mano del hombre, uno enfrente de Coloma y los otros al hilo de éste. De uno de ellos baja un carril desmochado de piedras, cuando acaba, a tres metros en dirección al sol saliente, una piedra igual de ancha que de larga tapa un agujero y a continuación un pasillo ancho y largo, no hagas caso de cuanto veas ni oigas, sigue adelante hasta que veas, al final, dos poyos grandes.
En un principio las pesquisas se dirigieron al castillo de Arenas, en término de Campillo de Arenas, donde, según cuentan, más de una fortuna se ha derrochado cavando túneles por los alrededores, y aun la vida de algún desafortunado que la arriesgara remontando sus peligrosos paredones.
Al no encontrarse nada las prospecciones cambiaron de escenario, llevándose a cabo más recientemente en el cortijo de la Torre, sin que hasta hoy sepamos de ningún descubrimiento importante.